Narragoniem

Hace siglos, la sociedad medieval metía en una nave a los bobos y a los locos para deshacerse de ellos enviándolos lo más lejos posible. En la civilización griega, los deformes eran arrojados por la ladera de un monte, el monte Taigeto. En el siglo pasado todavía en las ferias se exhibían las anormalidades de las pobres gentes. Hasta hace solo unos años hemos encerrado en manicomios a los que la sociedad declaraba sub-normales. En las escuelas actuales ser retrasado es uno de los peores insultos. En esta novela-museo, una narración alterada, como la califica el autor, el personaje principal, un político del régimen franquista (tarea del lector: ponerle nombre a lo que no tiene nombre), le entrega antes de morir unas memorias a un militar del antiguo SECED (actual Centro de Inteligencia). El resultado de esas memorias es un viaje alucinado por el mal y el inicio de un desquiciado diálogo del personaje, dotado de inteligencia y poder, con los bobos y tullidos que habitan en los cuadros de los museos. Pero, ¿qué relación puede tener un enano de Velázquez o un loco de un cuadro de Sorolla con un torturador sin escrúpulos? Y sobre todo, qué esa cosa llamada Narragoniem, esa utopía inventada en la Edad Media y olvidada por la historia.