Se considera mallorquín de adopción. Siempre ha dicho que fue su padre quien le inculcó la pasión por la lectura. Aquel hombre, un Quijote del siglo XX, que había devorado libros en busca de la aventura de su vida, le llevaría a querer crear su propia historia con la que maravillar a su progenitor. Versos, poemas o relatos breves a los pies de un mar azul de arena blanca, frente al que creció, arropado por la belleza de la Sierra de Tramontana, no ha dejado de escribir durante más de dos décadas. Lejos del estilo que más le gusta, presenta su primera obra en el género de la ficción, con una historia que solía inventar para su hijo Diego, y que está convencido de que no es más que un recuerdo de su propia infancia, una añoranza a su pérdida de inocencia y un tributo a la imaginación de todos los niños.